domingo, 21 de diciembre de 2014

LISBOA

Lisboa no tiene nada que envidiarle a las más famosas ciudades del mundo. Pero además puede enorgullecerse del carácter que la diferencia mezclando lo humilde y lo señorial, sus señas de identidad histórica y la modernidad europea.
Lisboa es una de las ciudades más seductoras de Europa: está impregnada de romanticismo y sus alrededores ofrecen a sus viajeros una infinidad de rincones inolvidables.
La leyenda de Lisboa dice que su ambiente está cargado de nostalgia, que añora el esplendor de su pasado imperial, pero el sentimiento colectivo de la ciudad es mucho más que la utópica "cidade de tiempos mejores" y acaso responda al contraste de su moderna vida cotidiana con los escenarios históricos donde transcurre.
El centro de la ciudad está lleno atractivos: grandes plazas y anchas avenidas, con monumentos y calles peatonales que convierten las compras en una actividad lúdica. El distrito comercial sirve de escaparate urbano a una capital llena de bellísimos rincones.


Los tranvías lisboetas son mucho más que un medio de transporte. Se trata de un viaje barato y corto, pero que deja un recuerdo imborrable y que tampoco está exento de riesgos debido a los carteristas.






Los 45 metros de altura que cubre el elevador de Santa Justa constituyen otro viaje breve e inolvidable. Edificada en hierro colado y embellecida con filigranas en su interior, la torre contiene dos ascensores que son la forma más cómoda de subir al Barrio Alto.

Para vistas de Lisboa, la que brinda el castillo de San Jorge en la antigua Alcazaba, la ciudadela medieval levantada por los árabes a mitad del siglo noveno. Tras la reconquista cristiana en 1147, la fortaleza fue adaptada y ampliada para albergar a la corte portuguesa, y en el siglo XIII se convirtió en Palacio Real. Las recientes investigaciones arqueológicas en el recinto han enriquecido los museos con vestigios de la historia lisboeta que se remonta siete siglos antes de Cristo.
El puente 25 de Abril es el más largo de Europa, aunque no es el más elegante.
Los cinco barrios en que se divide la capital son tan pequeños que se pasa de uno a otro caminando, casi sin sentirlo.
Uno de los sitios más impactantes de la ciudad lo constituyen los restos de la Iglesia do Carmo. Las ruinas de esta iglesia carmelita evocan el terremoto de 1755. Construida a finales del siglo XIV, se derrumbó sobre los fieles que asistían ese día a misa. El esqueleto del templo ha sido testigo de los últimos acontecimientos históricos, como la revolución de los claveles, cuyos tanques se estacionaron bajo sus arcos en abril de 1974.

Entre los numerosos cafés antiguos de Lisboa, el Nicola
es uno de los más populares en la Plaza del Rossio. Durante más de un siglo fue librería que le dejó una herencia como lugar de encuentro de intelectuales aunque hoy se reduzca a servir de cita turística.
El lado amargo de Lisboa se dibuja sobre sus aceras. La pobreza es una imagen repetida.
En el Barrio Alto se concentra la mayor parte de los bares y restaurantes de la ciudad.
Santa María de Belém es uno de los barrios privilegiados de Lisboa, con sus calles anchas y zonas ajardinadas . Siglos atrás en su puerto anclaban las carabelas de los navegantes portugueses donde hoy fondean embarcaciones deportivas. Es una visita imprescindible por reunir algunos de los lugares favoritos de los turistas, como el célebre Monasterio de los Jerónimos, que empezó a construirse en 1501. En una ciudad repleta de monumentos, se destacan varias joyas arquitectónicas, como este conjunto religioso. Espléndida síntesis del gótico tardío y el renacimiento, contiene los mausoleos reales y sirve de panteón de figuras históricas y es patrimonio mundial de la UNESCO.

La Torre de Belém fue construida en la desembocadura del Tajo como estructura defensiva a modo de baluarte. Domina un espléndido paisaje, pero sobretodo lo enriquece con su aspecto majestuoso.




Con forma de carabela, el Monumento a los Descubrimientos evoca las gestas marinas de los conquistadores portugueses.


Lisboa es una ciudad con música propia: el Fado, que forma parte del arte, la cultura y el alma portuguesa. Nostágico y embriagador. En el Museo del Fado se dictan clases sobre la guitarra portuguesa de 12 cuerdas.
Alfama es un barrio humilde y destartalado pero lleno de encanto, con estrechas callejuelas. Antes de ser poblado por los árabes (que le dieron nombre) fue asentamiento de comerciantes fenicios y romanos. Después albergó a las clases poderosas de Lisboa hasta que sufrió los efectos del terremoto. Hoy languidece como un tesoro olvidado, con sus casas y comercios anclados en el tiempo, idénticos a como fueron durante la primera mitad del siglo pasado.
La Feria da Ladra, en los campos de Santa Clara, con sus mercadillos callejeros, son los mejores escaparates para conocer la mezcla de culturas de la ciudad. Aquí instala un puesto quien quiere, sin necesidad de pedir permisos ni pagar licencias.
Otro de los grandes atractivos de Lisboa son sus alrededores porque a muy poca distancia se encuentran villas, palacios y parajes singulares para hacer estupendas excursiones.
Estoril es famoso por su casino que décadas atrás rivalizó con el de Montecarlo como lugar de cita de la alta burguesía europea. Propiedad del magnate chino Stanley Ho, es el más grande de Europa.
Elegante y pequeña, Estoril es una villa turistica frecuentada por personajes del mundo financiero tras haber servido durante décadas como lugar de exilio para las monarquías destronadas en Europa.

Tres kilómetros de playa separan a Estoril de Cascais, otro enclave privilegiado. Lo que fue una aldea de pescadores, en tiempos remotos, se transformó en residencia veraniega de la corte portuguesa, y finalmente en barrio residencial de centenares de edificios con cotizadas vistas al mar.
Sin alejarnos más de 30 kilómetros de Lisboa, la Villa de Sintra nos brinda un puñado de casones históricos fascinantes. Empezando por el Palacio Nacional, edificado en el siglo XVI sobre un alcázar musulmán y que exhibe un magnífico conjunto de azulejería morisca, además de las famosas chimeneas cónicas de sus cocinas.
 En Sintra se encuentra uno de los lugares más bellos de Portugal: el Palacio da Pena. Parece sacado de un cuento de hadas, incluso con su propio bosque encantado. Este palacio fue el capricho artístico de Fernando II, un monarca intelectual, enfermo de romanticismo. Sus fantasías quedaron plasmadas en el colorido de la mansión y en el ambiente mágico de sus torres de vigilancia y sus gárgolas. Además de un jardín con plantas de todo el mundo.




El lugar más inquietante y misterioso es la Quinta da Regaleira. Envuelta en un sin fin de leyendas que la vinculan con los mundos secretos de la alquimia, los templarios y la masonería. Construída al final del siglo XIX,  su simbolismo esotérico dá para largas explicaciones. Se trata de una mansión filosofal que oculta un templo iniciático subterráneo, a 27 metros de profundidad cuya salida representa un recorrido simbólico hacia la luz.




Digna de visitar es Ericeira, una antiquísima aldea de pescadores, fundada por los fenicios hace 3000 años. Cargada de historia sigue siendo un lugar apacible. Hoy es la principal meca europea de los surfistas.






Saramago escribió: "Mi Lisboa fue siempre la de los barrios pobres. Y cuando mucho más tarde las circunstancias me llevaron a vivir en otros ambientes, la memoria que preferí guardar fue la de la Lisboa de mis primeros años, la Lisboa de gente de poco tener y mucho sentir. Lisboa se ha transformado en los últimos años. Ha sido capaz de despertar en la conciencia de sus ciudadanos, renovadas fuerzas que la ha arrancado del marasmo en el que había caído. En nombre de la modernidad se han levantado muros de cemento sobre piedras antiguas, se han transformado los perfiles de sus colinas, se ha alterado el panorama, se han modificado los ángulos de visión; pero el espíritu de Lisboa sobrevive, y es el espíritu que hace eternas las ciudades."

miércoles, 1 de octubre de 2014

REINO DE CAMBOYA

 Camboya es uno de los lugares más exóticos y alejados de mundo.
Para conocer éste mágico reino y no dejar lugares sin visitar por falta de rutas, nada mejor que el imprescindible tuc-tuc (vehículo tirado por una moto pequeña).
Vendedores de cocos y pescadores arreglando sus redes son parte del continuo paisaje.
Los lugareños son gente muy gentil y simpática.





Una típica postal camboyana son las casas flotantes: mucha gente vive sobre el agua, ya que de esta forma no pagan impuestos.
En este lugar no existe el agua corriente y las cloacas se mezclan con el agua que toman; pero como están inmunizados, esto no les causa mayores problemas.
Los niños crecen en continuo contacto con la naturaleza, y si bien muchos son atacados por serpientes venenosas cuando lavan su ropa, se bañan o pescan, los más desafortunados sufren un riesgo mucho mayor, lamentablemente, creado por el hombre: actualmente más del 2% de la población muere, espantosamente, al pisar las minas que todavía están activadas.
Por ese motivo, es recomendable caminar por los senderos, donde está la marca que dice que las bombas se han desactivado allí. Las minas y bombas sin detonar están por todos lados, y los carteles de advertencia, peligrosamente, se han borrado por el paso del tiempo.
Los templos de Angkor han sido uno de los principales destinos turísticos del mundo desde que a principios del siglo XX se los consideró como una de las míticas ciudades perdidas  hasta que la UNESCO los calificó como "un tesoro de la humanidad". Se trata de una decena de edificios del siglo XII, próximos entre si, que se pueden recorrer a pié o en elefante.
























La ciudad de Nom Pen es la capital de Camboya y conserva el viejo encanto de Indochina. Pese al desarrollo que ha experimentado en los últimos años, sus calles todavía mantienen su estilo colonial que las hace acogedoras. Con un millón y medio de habitantes es una capital tan moderna como apegada a las tradiciones.
 Wat Pnom (el templo de la colina) es el corazón de la ciudad. Según la leyenda, en el año 1373, una mujer llamada Pen, encontró aquí cuatro figuras de Buda, lo que interpretó como una señal divina. Y levantó una colina especial, con una pagoda, en torno a la cual crecería la ciudad. La colina es el hogar de monos muy poco sociables.

















El Palacio es otro lugar de visita obligada. Fue construido en 1866. Sus salones y jardines se caracterizan por la sencillez. Los lugares más interesantes son el salón del trono y la pagoda de plata, con mas de 5000 baldosas de dicho metal precioso.





Los mercados callejeros constituyen uno de los grandes placeres que Camboya ofrece. Sus puestos están llenos de frutas exóticas e infinidad de insectos comestibles. La pastelería camboyana es otra fuerte tentación












Luego de una agotadora recorrida, nada mejor para el viajero que tomar una sesión de masaje camboyano. La técnica de este masaje es muy distinta a la occidental: el contacto de manos y cuerpo se produce con una tela de por medio y sus métodos de estiramiento y presión resultan muy recomendables.